A través de los orígenes nos remontamos a esas antiguas charcuterías: paredes con azulejos blancos y decorados con motivos florales monocromáticos. La nostalgia nos llevó a esos viejos envases en los que el sello, la marca, era el principal y único mensaje que necesitaba un producto para garantizar su calidad.
La idea de la marca y su lenguaje se desarrolló a través del estudio de los envases tradicionales icónicos y de su comportamiento. La puesta en escena la inspiró una etiqueta hallada en el baúl de los recuerdos de la marca ilustrada con un charcutero orgulloso que mostraba sus productos. Para las marcas del pasado, la personalización era garantía, y abundaban las ilustraciones en las que el charcutero, cocinero, farmacéutico,... miraba al consumidor, ofrecía y garantizaba sus productos. Otra característica del packaging tradicional es que no abundan las ventanas centrales que muestren el interior del envase, porque las ventanas centrales aparecen cuando aparecen los envases plásticos, pero las marcas clásicas se colocan en el centro, sellando y garantizando los productos. Es por ello que en lugar de crear una ventana central como harían los embutidos de gran consumo, colocamos la marca en el centro. La marca certifica la calidad del producto, de forma auténtica y honesta, y con la sencillez de una cromática sobrio y la fuerza de una etiqueta romboidal.